MORIR EN LA
MAESTRANZA
(Romance por la muerte de
Manolo Montoliu. Sevilla 1-5-92)
Toros en la Maestranza
luciente tarde de mayo,
el bicho se raja en varas;
Manzanares va a templarlo,
dibuja vuelos al viento
el tercio se ha consumado.
Llama el clarín a la suerte
Montoliu suelta su brazo
tornando junto a las tablas
su capote por los palos.
Silencio en la Maestranza,
luciente larde de mayo,
Manolo, sólo ante el toro
camina lento, cruzando
el poder de su mirada
con los ojos del astado:
Hombre y animal se encuentran,
el desafío está echado,
desiguales en la suerte;
dos astas frente a dos palos.
— ¡Ea toro!... ¡ea! ¡ea!...
balbucea Manuel Calvo.
Con el sol sobre su frente
Montoliu aviva el paso
y al llegar ante la cara
del gazapón, encunado,
entre los albos pitones,
con valor, mete las manos,
dejando los palitroques
muy juntos, en lo más alto.
Truena un ¡olé! embravecido
que pronto se queda ahogado:
el toro, que sigue en suerte,
cierra el paso al valenciano;
un estilete de muerte
parte su corazón bravo
tiñendo de roja sangre
el alfajor del astado;
Manolo, yerto en la arena
lleva su mano al costado;
gargantas gritan su angustia
los segundos se hacen años.
Toros en la Maestranza,
macabra tarde de mayo.
Montoliu se queda inerte,
fue muy breve su calvario.
La muerte reina en Sevilla,
la gloria un alma ha encontrado.
Componiendo la figura,
con paso firme y gallardo,
al cielo marcha Manolo
para ocupar en el Palco
el puesto que Dios reserva
al que ha sido bueno y bravo.
El clarín llora en la plaza.
Nos dejó MANOLO CALVO.
Julian Sanchez |