|
Mi compadre el sueco
Y le corté las dos orejas también a otro toro del Marqués de Do-mecq,
a «Serenito», las dos cabezas están en la Peña de Camas
Son temporadas de poquitas corridas. Y de muchos bautizos. Qué sé yo
la de niños que he sacado de pila. Ya he dicho que fui padrino en
Utrera de uno de los niños de El Cuchara, de uno de los siete mil
niños de El Cuchara, qué arte tiene ese Cuchara, como todos los
gitanos de Utrera, inmensos. Y fui padrino también de muchos más niños
de amigos, o de partidarios. Yo no sé la cantidad de gente que venía
para que fuera padrino de sus niños, hasta el último, que fue un nieto
del pobrecito Picoco, que me lo pidió Vicente cuando estaba muy malito
y fui a verlo al hospital de Cádiz:
-Curro, tienes que ser el padrino de mi nieto.
-Estáte tranquilo, Vicente, que en cuanto salgas de aquí, ha-cemos el
bautizo.
Y lo hicimos. Y allí Vicente se hizo sus cantes, con aquella voz tan
dulce que tenía, y Pepín Cabrales se dio su vueltecita por bulerías, y
estaba toda la familia de los Pantoja de Jerez, gente de arte.
Hasta de Suecia me traían niños para que yo los sacara de pila. De
Suecia vino Lars Sward, que ahora es mi compadre el sueco, para que le
bautizara al niño. Ese bautizo fue genial. Tra jeron al niño aquí a
Sevilla para echarle el agua. El bautizo fue en la iglesia de la
Magdalena. Y le echó el agua al niño el cura Federico Pérez Estudillo,
más sevillano y más currista no lo había. El Padre Estudillo era
canónigo de la Catedral, capellán de la Virgen de los Reyes, de las
peñas sevillistas, capellán de la plaza de toros, qué sé yo de cuántas
cosas a cuál más sevillana, y un partidario mío de los grandes, que
cuando le decían los detractores que cuándo me iba a retirar, decía
siempre:
-¿Pero cómo se va a retirar Curro? ¿Se retiran acaso los Papas? Y
Curro es el pontífice máximo del toreo...
Este Cura Estudillo era también capellán de la Maestranza, que le dio
el santolio al pobre de Manolo Montoliú y tuvo que pasar muchos malos
tragos con las cornadas gordas. Era un hombre simpático, dicharachero.
Y el Padre Estudillo fue el que le echó el agua al niño de mi compadre
sueco. Yo llevé un capote de paseo para envolver al niño, como es la
costumbre, y cuando llegó la madrina con el niño al altar, cogió
Estudillo, le quitó el capote al niño allí en el altar, y pegó con el
capote de paseo un lance para que yo lo viera:
-Curro, a ver si esto es así...
Y todo el mundo:
-Ole, ole...
Le tocaron las palmas al cura y todo. Fue un bautizo de arte. Y luego
el padrino, que era yo, dio unas copitas en el Hotel Pa-sarela donde
yo me visto, y había allí suecos, ingleses, partida rios míos de
Singapur que son de la Peña Taurina Los Suecos de mi compadre. Había
allí de todo, menos españoles. Españoles nada más que creo que
estábamos el Padre Estudillo y yo.
Mi compadre Lars es muy buen aficionado, y viene siempre a verme, no
sólo a Sevilla, sino que se presenta a lo mejor en To-ledo, en Ávila,
en El Puerto, donde sea, con algunos más de la Peña de Los Suecos.
Pero el chiquillo, claro; sigue allí en Suecia, y no sabe español.
Nada más que ha aprendido unas palabras que le ha enseñado el padre.
Coge mi compadre, me llama.
que me llama muy a menudo, y me dice:
-Curro, espera, que se va a poner Jimmy, tu ahijado.
Y le pasa el teléfono, y se pone el chiquillo, y me dice, muy
aturrullado y muy ligero:
-Hola, padrino, ¿cómo estás?
Y ya le hablo yo, y ya se queda mudo. O me vuelve a decir
otra vez:
-Hola, padrino, ¿cómo estás?
Porque eso es lo único que ha aprendido a decir en español «Hola,
padrino, ¿cómo estás?»
Y se lo digo a mi compadre:
-Lars, con lo bien que sabes tú el castellano, ¿por qué no le enseñas
al niño algo más, que parece un lorito repitiendo lo de «hola, padrino,
¿cómo estás?».
Este compadre mío está siempre muy entusiasmado con todas mis cosas.
Me sigue a todas partes, con muchos otros partidarios de por ahí, como
uno que le dicen El Gallito, muy simpáti co, que nada más que llega a
Sevilla se encasqueta su sombrero de ala ancha y va a todas partes con
su sombrero de ala ancha. Como en la plaza sabían que el sueco era mi
compadre, cuando yo llegaba lo dejaban que entrara a desearme suerte
en la capilla. Los de contaduría saben que quiero estar solo cuando
voy a torear, por eso saben que me meto allí en la capilla. Pero como
a mi compadre lo conocían, total, que lo dejaron entrar en la capilla.
Estaba yo allí solo y tranquilo en la capilla, en uno de esos bancos
que hay, y entró el compadre, y se me sentó a la vera, sin decirme
nada, y me agarró la mano, y se quedó así con la mano agarrada, y yo
vi que la tenía fría, más fría que yo, que tenía que matar dos toros.
Y yo pensé:
-Bueno, a éste, ¿qué le digo yo ahora? Tendré que darle ánimos...
Porque lo vi que estaba muy nervioso, más nervioso que yo, y eso que
él no tenía que torear. Y como yo había hecho unas casitas por la
parte de Marbella y estaba intentando venderlas
y no me salía un comprador, se me ocurrió, para romper el hielo, y
nunca mejor dicho lo del hielo, porque las manos el compadre las tenía
heladas, se me ocurrió de golpe hablarle de las casitas para darle
ánimo. Y le dije:
-Oye, compadre: tú que vives en Suecia, y de Suecia que viene mucha
gente por Marbella y por la Costa del Sol, yo que tengo ahí en
Marbella unas casitas para vender, a ver si me en cuentras un
comprador para las casitas, o hablas con una agencia, tú que estás
allí y conoces gente...
Y me dice muy serio, con las manos muy frías, que no me había soltado
las manos:
-Yo, compadre, no estoy ahora para hablar de esas cosas... |
|