Crónicas

 ¡Viva la fiesta!

¡Viva la fiesta!

Por Antonio Burgos

    Piensen que en Grecia existiera un rito popular que hubiera hecho a Hemingway dedicarle varios de sus libros. Piensen que en Francia existiera una ceremonia tradicional que hubiera merecido una serie de litografías de Picasso. Piensen que en Portugal existiera una costumbre de sus pueblos con tal fuerza que Bizet le hubiera dedicado una ópera universalmente conocida. Esa hipótesis existe en el legado de la cultura española y tiene un nombre que no necesita traducción: Fiesta. Ese rito, esa ceremonia tradicional, esa costumbre popular, es más que un deporte, es más que un espectáculo, es más que una representación. Es la fiesta de los toros, tan presente en las Bellas Artes. En la literatura, con "Muerte en la tarde" de Hemingway; en la pintura, con la "Tauromaquia" de Picasso; en la música, con la "Carmen" de Bizet. Algo tiene que ocurrir en España a las cinco en punto de la tarde, la hora mágica del poema de Federico García Lorca, cuando empieza la fiesta, bajo la belleza del sol, con la alegría de la música, con vestidos de brillantes sedas de colores y luces de bordados de oro, y Hemingway deja la barca del viejo en el mar de la Florida y se viene a Pamplona; cuando Picasso funde todos sus rosas y sus azules en los perfiles de la silueta de los toreros de sus litografías; o cuando Bizet convierte en héroe de una historia universal de amor y de celos al Toreador que enamora a la gitana cigarrera.

    Este milagro de la cultura española ocurre porque en la península ibérica, que curiosamente tiene forma de piel de toro, se perpetúa el rito del Minotauro de Creta. El Partenón emerge en Atenas, los frontones de los templos desafían a tiempo en la Magna Grecia, y en las plazas de España, a las cinco en punto de la tarde, se perpetúan los ritos de la cultura mediterránea, los antiguos juegos del toro. Una plaza de toros de España tiene mucho de Coliseum romano, no en ruinas, sino lleno de vida, luchando contra el tiempo, venciéndolo, porque es la perpetuación del mismo concepto del espectáculo en la cultura clásica. El pueblo inventa unos héroes que salen del pueblo, gladiadores de espada desnuda llena de belleza y de armonía. El pueblo llena los tendidos de la plaza, bajo el sol, entre músicas, y, como si asistiera a un espectáculo de raíces religiosas, el culto del sacrificio que representaran los dibujos de un vaso clásico griego, repite una vieja liturgia, donde usted, que asiste por vez primera, puede ser también sacerdote y oficiante, como si estuviera iniciado en los secretos de una ceremonia secular. Hasta se olvidará usted del peligro que corre el héroe, el oficiante del rito, en el sacrificio ritual, en su juego de la suerte y la muerte, porque todo estará absolutamente rodeado de belleza y de arte. Ningún color desentonará, y habrá un coro, a la manera de la tragedia griega, que no tiene que ensayar su papel ni su recitado cuando repita su aprobación del ole. Usted mismo se verá diciendo ole cuando menos lo imagine, y en ese instante comprenderá por qué tantos quedaron enamorados de la alegría con que España repite el rito de las clásicas tragedias griegas, en la cultura mediterránea que sigue representando no como arqueología, sino llena de vida.

    Quizá usted entonces comprenderá la grandeza artística de la armonía de la fiesta y sabrá en ese momento por qué Hemingway dejó varada la barca del viejo del mar en un cayo de la Florida y se quedó en el vino y la música de Pamplona. Por qué Picasso fundió todos los azules de sus arlequines en la silueta grácil de los toreros de sus litografías. Por qué, en fin, Bizet convirtió en héroe de una historia universal de amor y de celos a un toreador que, revestido de oro como el sacerdote de una liturgia de arte, enamoraba a una gitana en la plaza de Sevilla.

    El toreo, una filosofía popular

    Los toros también son una filosofía popular española. La lengua coloquial está llena de frases procedentes de la jerga de los toreros, de los ganaderos, riquísima de comparaciones populares y de palabras que son metáforas poéticas. En una plaza, el olivo es la barrera, por la madera de la que suele estar hecha. Los colores de los vestidos de los toreros se designan con una paleta poética: el blanco es Purísima (por la Inmaculada Concepción); el púrpura, nazareno; el marrón, tabaco; el negro, catafalco, etc. La franela es la muleta y el percal es el capote, por la clase de telas con que están hechos. Cuando un toro es muy difícil de lidiar, se le llama humorísticamente un regalo. Tocar pelo es cuando el torero en señal de triunfo, le entregan las orejas del toro por petición del público. Esta riquísima jerga llena el habla coloquial española: "Pepe cogió el olivo" es "Pepe salió huyendo"; "Ana no tiene ni medio pase" es "Ana está intratable"; "Juan viene con las de un miura" es "Juan viene con muy malas intenciones" (por los toros de la ganadería de Miura), etc. A veces, hasta en el Parlamento, los políticos usan estas frases coloquiales en sus intervenciones.

    El mundo del toro participa de una filosofía tradicional, que es el saber de los campesinos. Muchos toreros han pasado por pensadores populares, y sus frases han quedado en la historia. No se olvide que una dinastía de toreros españoles, los Ortega, tenían el mismo apellido que el filósofo José Ortega y Gasset. Cuando Rafael Ortega el Gallo fue presentado a su homónimo a Ortega y Gasset y le dijeron que su ocupación era la de filósofo, respondió: "Hay gente pá tó" (para todo). El mismo Rafael el Gallo, hermano de José Gómez Ortega, Gallito, muerto por un toro en Talavera de la Reina, tenía muy claros los conceptos de una estética popular del toreo: "Clásico es lo que no se pué hacé mejón" (se puede hacer mejor); "Perfecto es lo que está bien arrematao" (rematado, terminado". Toreaba una vez El Gallo en La Coruña, en el extremo noroeste de España, y dijo que se volvía a Sevilla. Le dijeron sus partidarios: "¿Y ahora se va a ir usted a Sevilla, con lo lejos que está?" A lo que este torero-filósofo respondió: "No, Sevilla está donde tiene que estar. Lo que está lejos es esto..." Famosas son frases de toreros como "más cornadas da el hambre", pero quizá de todas ellas la que refleja más claramente este sentido de la cultura campesina de la fiesta es la del torero cordobés Rafael El Guerra: "Lo que no pué sé no pué sé [puede ser] y además es imposible".

[Traducción del artículo de Antonio Burgos publicado en el número de 
julio de 1998 de la revista italiana "Capital", del grupo Corriere della 
Sera. 
El Red Cuadro, Antonio Burgos en la red: www.antonioburgos.com]


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