Suele hablarse sobre Ronda o la escuela sevillana cuando alguien se refiere a los distintos estilos entre los toreros. Artista o tremendista, son palabras que significan precisamente lo que dicen. Hubo alguien que escribió que en realidad sólo existen buenos y malos toreros. Otro escritor decía que todos los toreros que se atreven a enfrentarse a un toro son buenos. Para mi el distinguir los toreros refiriendose a "artista o tremendista" fue natural pues cuando entré en La Peña "Los Suecos" llegué a tener al secretario "Gallito" y a don Ingvarón como ejemplos.
Ambos se consideran como los mejores amigos pero tiene opiniones fundamentales muy diferentes sobre los toros. Uno de ellos, Gallito, partidario de algo a lo que él llamaba
"arte", y el otro, "don Ingvarón", hablaba calurosamente de "dominio" sobre el toro pues, según él, debería conocerse realmente lo peligroso que es, y ver cómo el matador contiene, domina y vence su miedo. "Arte" parecía más bien el despertar sentimientos como los que se despiertan con la poesía, con la bella música, o con los que despiertan los cuadros a quien los contempla. Esto es lo que al menos entendí yo sobre lo que intentaban explicarse
mutuamente volviendose hacia mi y poniéndome en medio de la conversación.
Juntos hicimos los tres una visita a la Peña Dámaso González, situada en el barrio de Nazaret en el puerto de Valencia, "El Grao". Esta Peña era el representante óptimo de la teoría del "dominio" que mantenía don Ingvarón. Allí, en el bar de la Peña, se discutía seriamente y se señalaban fotos colocadas en las paredes, alguien consideró que las piernas y brazos del torero estaban mal colocados. Mientras otros consideraban que todo era como debía de ser en lo que se refería a los brazos y a las piernas. En aquel entoces creo que yo pensaba como don Ingvarón, pero no me atreví a decir nada porque yo era un recién llegado.
LLegó entonces el domingo, 8 de febrero de 1.987, Stefan Lindwall "Stefanito" me llevó a Gandía donde Julio Apatricio "Julito", iba a debutar de varias maneras. Se trataba de su debut vestido de luces y también era su debut con caballos. ¡Y que
debut! Su capote ya era mágico, las dos faenas de clase excepcional y llenas de "pinceladas de gitanería". Las buenas referencias que precedían a Julio Aparicio quedaron perfectamente justificadas. Para mi era como si todo se hubiera manisfestado al mismo tiempo, de un golpe.
Entendí lo que estaban hablando sobre el arte del toreo. ¡Así debía de ser! Gallito tenía razón por lo tanto, ésto podía ser como poesía.
El conocido crítico taurino Vicente Zabala (Q.E.P.D.) escribió una crónica en el periódico ABC tan llena de excelentes y extraodinarias palabras que se vió obligado a confirmar en una crónica posterior que ésto no había sido impreso por error.
De repente entendí lo que hizo Curro Romero en Madrid aquel año. Detalles que yo había visto hacer a Rafael de Paula en la realidad y cosas que, tanto Curro como Paula, hacían en los videocasetes que había visto durante los últimos inviernos me parecieron completamente naturales.
Y todo fue como una "revelación". Una"aparición", que suena casi como Aparicio.....