Hemos
quedado a las dos de la tarde en el bar-restaurante «El
Toreo», que regenta su sobrina. Las paredes están llenas
de fotos de Andrés, la más destacada una con Antonio
Bienvenida, ambos en traje blanco de lino de calle. Huele
a toro y a café. Yo me pido una caña fresca como compañía
mientras espero a Andrés. Viene casi puntual. Nos fundimos
en un abrazo sincero. 45 años de amistad dan para mucho.
No me extraña su aspecto juvenil a pesar de su edad, ya
que la última vez que lo vi fue hace poco, en el homenaje
que le brindaron en Las Ventas en Madrid. Lo presidió el
conocido y buen crítico de toros, Carlos Llian. Un
homenaje muy tardió pero «más vale tarde que nunca».
Quedamos en vernos pronto en Villalpando. No es mi primera
vista a este pueblo castellano.
Tampoco la última, espero.
—No, no, le digo, pareces un chaval de 60.
—Sí, pero más IVA, que ya lo han subido a 18, me contesta
con su buen humor de siempre. Salimos del bar, pasamos por
las ruinas del viejo coso de «Los Condestables» y salimos
del pueblo por la Puerta de San Andrés, tan migníficamente
retratada en un cuadro por el pintor y ex matador, Domingo
Uriarte, de quien vamos a hablar más adelante. Vamos a
comer a un restaurante muy taurino en las afueras de
Villalpando. Allí todo el mundo le saluda. Se nota que es
querido en su tierra natal. Las camareras le dan besos y
él corresponde con algún que otro piropo, como en los
viejos tiempos.
Pedimos el menú y empezamos a hablar. Aparte del homenaje
no nos hemos visto desde hace ocho años en Seseña
(Toledo).
Hablamos del 13 de julio de 1966 en Pamplona cuando unos
amigos suecos y yo, que solíamos acudir a los Sanfermines
cada año, queríamos hacerle una entrevista por la mañana
ese día. Nos invitó a volver por la tarde para verle
vestirse. Lo hicimos.
―Y tú, pintor, a ponerme ahora la chaquetilla a ver si me
das suerte.
Andrés propuso que siguiéramos la entrevista después de la
corrida, si salía bien.
―Si no, me piro a Madrid enseguida, dijo.
Fue su famosa faena con orejas y rabo incluido, toreando
con Antonio Ordóñez y El Pireo.
Salida a hombros, naturalmente. Y yo había cumplido mi
misión come «suertudo». Seguimos la entrevista después de
la ducha obligatoria. Andrés estaba eufórico.
Le dije que me había quedado muy impresionado con sus
medias verónicas al estilo Belmonte (que yo, naturalmente,
solamente había visto en fotos). Andrés se quedó un poco
extrañado, mirandome fijamente.
―Coño, y me lo dice un sueco cuando todavía aquí hay mucha
gente que no se ha dado cuenta. Pero claro, vosotros, los
vikingos, veníais aquí con los cuernos ya puestos hace
siglos así que algo tenéis que entender de eso. Espero que
ya tengáis tantos, dijo con guasa y con un guiño a una rubia
sueca.
―¿Sabes una cosa? Te invito a viajar conmigo y mi
cuadrilla este verano, si te apetece, añadió.
El mundialmente famoso escritor James Michener escribió
más tarde en su libro «Iberia», que fue la faena más
completa que jamás había visto en su vida y había visto
muchas corridas.
Ese verano, viajando con Andrés, hice de todo, de chofer,
ayudante de Tito (su fiel mozo de espadas), limpiador de
capotes y muletas y cantaor de flamenco sueco (o algo
parecido) en nuestros viajes nocturnos en coche por las
entonces malas carreteras españolas, llenas de polvo y
baches. A Valencia, vuelta a Madrid, a Málaga, vuelta a
Madrid etc, etc. Aprendí mucho de los toros, casi tanto
como si yo mismo hubiera acudido a la escuela taurina de
Saleri II como maestro.
El que sí sabía cantar flamenco era Andrés y en las
paradas en Madrid, cuendo íbamos al tablao flamneco «Corral
de la Morrería». Lucero Tena solía pedir a Andrés que
subiera a cantar para el público, mitad españoles y mitad
turistas. Tenía duende
―En Villalpando y en Zamora hay mucha afición al flamenco,
me explicó Andrés.
De vuelta a los estudios en Lund (Suecia) propuse a la
universidad invitar a Andrés para dar una conferencia
sobre toros y sus aspectos sociales. Cada mes solía acudir
algún famoso internacional a estas conferencias, podía ser
desde un premio nobel, un cineasta o pintor de primer
plano, hasta presidentes de gobiernos de varios países.
Pero, ¿Un matador? ¿En Suecia? Pues sí, curiosamente la
universidad aceptó.
Llegó Andrés en febrero de 1967, lo recogimos al pie de la
escalera del avión, le pusimos el sombrero cordobés y
entró en el aeropuerto a hombros. Ya estaba acostumbrado a
salidas a hombros, pero no tanto a entradas. En el
aeropuerto le dieron la bienvenida cientos de aficionados
y la orquesta de la universidad tocó el pasodoble «Andrés
Vázquez, Andrés Vázquez», que cantaba Maribel Rivera en un
disco.
Miles de estudiantes estaban esperando sentados en los
bancos del aula de la universidad, entre ellos varios «amigos
de los animales» con sus correspondientes pancartas de
protesta.
Pero se quedaron totalmente mudos cuando Andrés empezó a
hablar con su voz intensa de su noble amigo, el Toro. No
se abrió ni una sola pancarta. Los aplausos fueron
unánimes. Y así triunfó otra vez este torero, «embajador
de la fiesta nacional», según la prensa española de
entonces. Esta vez no hizo falta cortar ninguna oreja para
salir por la puerta grande de la universidad. Ningún otro
matador, que yo sepa, ha visitado Suecia y desde luego no
para dar una conferencia de toros en una universidad.
Andrés se enamoró del país y volvió. Como yo ahora a
Villalpando.
El camarero nos ofrece otra copa de vino con la comida
pero Andrés la declina.
—Intento cuidarme, dice. Todavía
no tomo ninguna medicina, añade y se nota que no le hace
falta.
—Como mi madre, que tampoco las ha tomado jamás, le
contesto. La diferencia es que ella va a cumplir 102 años
pronto. Yo sí tomo mis pastillas, y eso que tengo diez
años menos que él y además acepto la segunda copa... Es de
Toro y es estupendo.
Hablamos de viejos amigos en común, suecos y españoles,
algunos tristemente fallecidos como el gran Maestro
Antonio Ordóñez. Hablamos de la película que quería hacer
Orson Welles sobre Juan Belmonte con Andrés como actor
principal haciendo el papel de Belmonte. Se hizo el guión
pero el fallecimiento de Orson paró el proyecto. Su mujer
ya había elegido el nombre artístico como actor de Andrés;
«Luis Pando» que le parecía que sonaba mejor para
Hollywood. Luis era ya un nombre conocido allí después del
«affaire» entre Dominguín y Ava Gardner, y Pando como
homenaje a su pueblo natal con su puerta de San Andrés.
Andrés me dice que le hubiese gustado tener una copia del
guión que debe tener su hija Beatrice, pero ha perdido el
contacto con ella hace tiempo.
Pero como el mundo es pequeño y, casualidades de la vida,
mi mujer, española, era amiga de Beatrice de pequeñas, le
prometo intentar localizarla. Al escribir estas líneas ya
está hecho y se encuentra en EE UU. Es ahora una famosa
diseñadora de ropa.
Hablamos de su pasión por la caza de galgos.
Hablo yo de un amigo común que luego, con el tiempo,
resultó no serlo tanto, pero Andrés me mira fijamente y me
da otra lección, ya no de tauromaquia.
—Cristóbal (así me llama él), de las personas hay que
olvidarse de lo malo y quedarse con lo bueno. ¡Qué razón
tiene!
Hablamos —naturalmente— de los toros, los mejores amigos
de su vida. En este momento Andrés, de repente se pone muy
serio y casi místico. Ya deja su risa habitual por un
momento.
Los toros no son cosa de bromas.
Y hablamos de otra pasión suya, la pintura. Andrés fue
quien descubrió el auténtico pintor naif, Domingo Uriarte,
«Rebonzanito». Domingo fue un matador de toros vasco de
principios del siglo pasado. Una cornada gravísima le dejó
con un parietal metálico en gran parte de la frente de su
cabeza. Tomó la alternativa en Caracas, Venezuela en 1921.
Le llamaban el rey del farol. Intentó llevar la fiesta
nacional nada menos que a Estados Unidos y de hecho logró
torear un res de rodeo en Madison Square Garden en Nueva
York. ¡Casi nada! En España le dio la alternativa Domingo
González, «Dominguín », padre de Luis Miguel, el 4 de
julio de 1924 y fue a la vez su retirada del toreo. Pero
por lo menos había logrado que asistiera Miguel Unamuno a
la alternativa, cosa nada fácil ya que fue la única
corrida que vio en su vida. Intentó otras aventuras en la
tauromaquia como apoderado de toreros, de Manolo y Pepe
Bienvenida entre otros, pero vivió su vejez solo,
abandonado y muy pobre en Madrid.
Le conocí, gracias a Andrés, al final de los años 60 y era
un personaje muy, pero muy peculiar y a la vez muy culto.
Había tenido, lo que se dice, «mucho mundo». Estaba
platónicamente enamorado de mi paisana Greta Garbo...
Gracias a la ayuda de Andrés logró subsistir y con la
mediación desinteresada de Andrés vivió sus últimos años
con dignidad, después de haber vendido unos cincuenta
cuadros a un galerista sueco, otro amigo de Andrés.
Murió solo en una sala de beneficencia del Hospital
Provincial de Madrid en el año 1971. El único a visitarle
fue Andrés a ver si podía «hacer algo».
Pero Uriarte no es el único pintor que ha sido descubierto
y apoyado por Andrés. Así es Andrés Vázquez, torero
siempre, pero todavía mucho más.
Le enseño el cartel que realicé en 2007 para la
inauguración de la temporada «Toros en Segovia». Le gusta
pero dice que los cuernos de la cabeza del toro parecen
afeitados y eso nunca le ha gustado a Andrés.
—Así acaban con la fiesta, dice. Los toreros y los
ganaderos. No el público.
Intercambiamos unos regalos. Un libro de sus memorias por
parte de Andrés, dedicado y con un dibujo de un toro, «Baratero
», su toro, y yo le doy una litografía de un cuadro mío,
«La Tierra y el Sol». El sol de hoy en Villalpando,
bastante distinto a mi cuadro, está a punto de ponerse
sobre las llanuras zamoranas.
—Casi como en el cuadro tuyo, me dice Andrés, aunque tú lo
has pintado mucho más abstracto.
Me pongo la visera y las gafas de sol y nos despedimos con
otro abrazo.
—¡Hasta pronto Maestro!
Nota: Al principio de la comida saqué un papel con una
larga lista de puntos y temas que quería comentar con el
torero. 45 años de amistad dan para mucho. Andrés me
preguntó, al ver el papel, si eso era una segunda
entrevista después de la primera del año 1966. Le dije que
no y no era mi intención en absoluto, pero al repasar
nuestra conversación en el coche de vuelta a mi casa por
la noche pensé, y por qué no. Espero, y estoy seguro, que
Andrés Vázquez, matador de toros de Villalpando, me
perdonará por publicar nuestra charla.
Christer Oleby. Pintor sueco, afincado en
España desde hace 42 años. Expone en la Casa de los Picos
en Segovia.
Artículo pybilcado en LA OPINION-ZAMORA, DOMINICAL /
Domingo, 28 de noviembre de 2010.
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